domingo, 26 de abril de 2009

Crítica de Delitos y faltas y Manhattan






Unas espléndidas vistas panorámicas de la ciudad de Manhattan en blanco y negro, acompañadas de la siempre excelente música de George Gershwin (en concreto, Rhapsody in Blue), dan obertura a Manhattan (1979), una de las películas más reconocidas de Woody Allen, junto con Annie Hall (1977) y Delitos y faltas (1989).

Diez años hay entre Manhattan y Delitos y faltas, sin embargo, podemos encontrar en ambas muchos puntos en común que se repetirán a lo largo de la extensa filmografía de Allen.

En ambas películas (y en la mayoría de sus películas) el personaje de Woody Allen es un hombre corriente, de la calle, y las acciones no son nada extraordinarias y tienen lugar en las calles de su ciudad natal y en pisos de clase media. En Manhattan, Allen interpreta a Isaac Davis, un escritor neoyorquino que mantiene una relación con una joven de dieciséis años a la que abandona por la amante de su amigo Yale, Mary (Diane Keaton). En Delitos y faltas Allen es Cliff Stern, un director de documentales que se encuentra sin trabajo y que tiene una pésima relación con su mujer. Mientras rueda un documental sobre su cuñado Lester, conoce a Halley Reed (Mia Farrow), de la cual queda prendado.

Mientras que en Manhattan la historia gira alrededor del personaje de Woody Allen y Diane Keaton, en Delitos y faltas encontramos dos historias que transcurren paralelamente: por un lado la de Cliff Stern, y por el otro la del oftalmólogo Judah Rosenthal (Martin Landau), que ha mantenido una relación extramatrimonial con el personaje encarnado por Angelica Huston, Dolores, la cual le reclama a Judah que se divorcie de su mujer recurriendo a constantes amenazas. Judah pide ayuda a su hermano para deshacerse de ella y ésta termina asesinada.

Si bien Manhattan es una magnífica combinación de humor y drama, de estilo similar a Annie Hall, en Delitos y faltas el drama y la comedia se separan de forma bastante drástica a partir de las historias de Cliff y Judah, pero siendo ambas complementarias. Mientras que Woody Allen se lleva toda la parte humorística, (lo cual no podía ser de otra manera) el personaje interpretado por Landau se enfrenta al drama con temas tan sustanciales como la religión (Judah, que es ateo, se debate la existencia sobre si existe Dios después de haber cometido el crimen), la moral, la culpa, el remordimiento, etc., lo cual es un gran festín psicológico al más puro estilo Bergman. Sin embargo, Allen no quiere hacer de este relato una historia moralista, todo lo contrario, deja lugar a la reflexión por parte del espectador, aunque siempre se puede diferenciar la postura ateísta de Allen, lo cual es de agradecer.

En Manhattan, en cambio, sí que se aprecia una implicación ideológica más directa por parte de Allen en lo que resulta ser una especie de moraleja final: hay que luchar por lo que te dicta tu interior sin dejarse influenciar por los prejuicios de la sociedad, refiriéndome, claro, al hecho que el personaje de Allen abandone a su joven amante por creer que está mal visto en la sociedad. Curiosamente, en la vida real, sí que ha luchado contra ellos para poder casarse con Soon-Yin.

La unión de los dos relatos en Delitos y faltas, comedia y drama, se lleva a cabo de dos maneras: una mediante un personaje común en ambas historias, Ben (Sam Waterston), hermano de la mujer de Cliff y paciente de Judah; y la otra mediante el cine, poniendo por ejemplo la secuencia en la que Dolores y Judah discuten, a la que le sigue una escena en la que Cliff y su sobrina visionan Matrimonio original de Hitchcock, en la que los personajes también discuten.

Si el cine de Allen provoca una sonrisa cómplice en el espectador, se deberá entre otras cosas a las constantes citas y guiños cinematográficos. En Delitos y faltas el cine es sobretodo un medio para pasar de un relato a otro (a excepción de la escena en que Halley y Cliff visionan Cantando bajo la lluvia), en Manhattan el cine es un elemento de conversación, en el que no faltan citas a Bergman, su director fetiche, y conversaciones en las que Isaac le enseña a su joven amante que Veronica Lake no es Rita Hayworth.

Tanto Manhattan como Delitos y faltas son películas de conversaciones, cuyos temas pueden ser: la cultura, la banalidad o el comportamiento del ser humano y de su propia existencia. El espacio siempre es el mismo: la ciudad de Nueva York, gran devoción de Allen, pero que no deja de ser un elemento contextual más, por mucho que intente destacarlo con sus estupendas panorámicas en Manhattan.

Para ser sinceros, Manhattan es una película bastante sobrevalorada por el tiempo, siendo considerada como una de las mejores creaciones de Allen. Discrepo. Aun siendo un historia bien narrada, con momentos muy logrados, y técnicamente superior a sus otros tantos films (el uso del Cinemascope y la trabajada fotografía en blanco y negro), no llega a ser tan deliciosamente compleja como Delitos y faltas, en la que se abordan toda una sucesión de temas de manera mucho más analítica y profunda.

1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo.

    Manhatan es una clásica historia de Woody Allen narrada con técnicas muy alejadas del propio Allen. Esa música y esa fotografía no le pegan lo más mínimo. La historia, sí. Pero para nada es la mejor. Ha contado esa misma historia mucho mejor en otras películas (sobre todo en Maridos y Mujeres, que se le parece enormemente).

    Delitos y Faltas sí es una obra maestra total y absoluta. Infinitamente mejor que su remake Match Point, superaplaudido por toda la patulea que simplemente no había oído ni hablar de DyF. Landau es infinitamente mejor que Myers y Angelica puede darle clases intensivas a Scarlett de como meterse en un personaje sin necesidad de usar el sexo como reclamo.

    En fin, que de las tres veces que Woody repitió la misma historia (la 3ª es Cassandra's Dream), la primera fue la mejor con diferencia.

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